lunes, 16 de noviembre de 2015

Un lunes de mediados de Mayo. El frío  es considerable y yo aquí tapado hasta el cuello intentando hacerle frente. De alguna manera he abandonado la posición fetal que me había acompaño durante gran parte de mi sueño reparador y mi cuerpo se encapricho en dejarme boca arriba y '”tête à tête” con la mancha que vive desde hace años en el techo de la habitación. Acto seguido mis ojos se volvieron a cerrar, aunque ahora sin descansar.
  Mi cabeza empezó a trabajar como nunca antes dentro de un periodo en lo que lo hizo bastante. La imagen, esa imagen que ya es habitúe en  mis pensamientos me demostraba, haciéndose presente una vez más, que esta mañana no iba a ser la excepción. ¿Qué imagen?, Seria la pregunta.  No sé, no me acuerdo, sería la respuesta.
 A pesar que desde entonces mi  vida se dedico casi en su totalidad a intentar recordar y buscar un porque, hasta el día de hoy en el que se cumplen tres años de aquella tragedia mi cabeza en blanco. Claro, está en blanco respecto a los recuerdos de ese momento en particular, porque de las consecuencias de él es imposible estar ajeno.
Una noche,  tres chicos jóvenes (uno de los cuales en estado grave producto de alcohol y algo mas) y un auto que estaba desesperado por buscar ayuda pero sin perder la prudencia necesaria para viajar en una ruta a altas horas de la madrugada. Ya esta, eso es todo, a partir de ahí he vivido las consecuencias.  Unas consecuencias de las que forman parte tres familias que están pasando su peor momento. Por suerte  todas ellas,  pesar del terrible dolor, entienden  fue un accidente y están haciendo todo lo posible para demostrarlo. Sin embargo hay alguien que no me perdona lo sucedido, no me perdona haber estado a cargo del volante de auto esa noche y  haber perdido el control,  no me perdona no haber ajustado bien la yanta trasera derecha cuando la cambie la noche anterior y, principalmente, no me perdona haber usado un insignificante cuello ortopédico unos escasos días posteriores mientras en las casas de mis acompañantes, a la hora de la cena, en una hay un plato menos y en la otra hay alguien que  nunca más va a poder ver un plato en su vida.  Esa persona, que me sigue criticando, que sigue sin perdonarme,  que parece tener como hobby meter el dedo dentro de la yaga, esa, claramente, soy yo.
  Hoy, que ya pasaron casi 1100 días de aquel que me cambio la vida, tengo que contar que esta habitación ubicada detrás esos barrotes es como un hotel de lujo si la comparamos con la cárcel en la que está alojada   mi cabeza desde aquella noche. En ella   no sirve tener buena conducta,  pues el juez  que dicto  sentencia en esa causa es muy estricto (lo conozco desde  muy chico, somos muy parecidos y la hora de mirarnos al espejo siempre coincidimos) y fue muy claro “estas preso de tu recuerdo para siempre”…