Un
lunes de mediados de Mayo. El frío es considerable y yo aquí tapado hasta
el cuello intentando hacerle frente. De alguna manera he abandonado la posición
fetal que me había acompaño durante gran parte de mi sueño reparador y mi
cuerpo se encapricho en dejarme boca arriba y '”tête à tête” con la mancha que
vive desde hace años en el techo de la habitación. Acto seguido mis ojos se
volvieron a cerrar, aunque ahora sin descansar.
Mi cabeza empezó a trabajar como nunca antes dentro de un periodo en lo que lo
hizo bastante. La imagen, esa imagen que ya es habitúe en mis
pensamientos me demostraba, haciéndose presente una vez más, que esta mañana no
iba a ser la excepción. ¿Qué imagen?, Seria la pregunta. No sé, no me
acuerdo, sería la respuesta.
A
pesar que desde entonces mi vida se dedico casi en su totalidad a
intentar recordar y buscar un porque, hasta el día de hoy en el que se cumplen
tres años de aquella tragedia mi cabeza en blanco. Claro, está en blanco
respecto a los recuerdos de ese momento en particular, porque de las
consecuencias de él es imposible estar ajeno.
Una
noche, tres chicos jóvenes (uno de los cuales en estado grave producto de
alcohol y algo mas) y un auto que estaba desesperado por buscar ayuda pero sin
perder la prudencia necesaria para viajar en una ruta a altas horas de la
madrugada. Ya esta, eso es todo, a partir de ahí he vivido las
consecuencias. Unas consecuencias de las que forman parte tres familias
que están pasando su peor momento. Por suerte todas ellas, pesar
del terrible dolor, entienden fue un accidente y están haciendo todo lo
posible para demostrarlo. Sin embargo hay alguien que no me perdona lo
sucedido, no me perdona haber estado a cargo del volante de auto esa noche y
haber perdido el control, no me perdona no haber ajustado bien la
yanta trasera derecha cuando la cambie la noche anterior y, principalmente, no
me perdona haber usado un insignificante cuello ortopédico unos escasos días
posteriores mientras en las casas de mis acompañantes, a la hora de la cena, en
una hay un plato menos y en la otra hay alguien que nunca más va a poder ver un
plato en su vida. Esa persona, que me sigue criticando, que sigue sin perdonarme,
que parece tener como hobby meter el dedo dentro de la yaga, esa,
claramente, soy yo.
Hoy, que ya pasaron casi 1100 días de aquel que me cambio la vida, tengo que
contar que esta habitación ubicada detrás esos barrotes es como un hotel de lujo
si la comparamos con la cárcel en la que está alojada mi cabeza
desde aquella noche. En ella no sirve tener buena conducta,
pues el juez que dicto sentencia en esa causa es muy estricto (lo
conozco desde muy chico, somos muy parecidos y la hora de mirarnos al
espejo siempre coincidimos) y fue muy claro “estas preso de tu recuerdo para
siempre”…